Me dolió ver el águila llevar al corderito en el pico. Era tal la mama que tenía, que ya veía cualquier cosa. A pesar quel dotor, me había recomendau darle menos a la giniebra, porque algún día terminaría matándome. Pero yo fiel a mi condición de macho corajudo, seguí chupando d’ esa botella cuadrada.
Por eso, al ver el águila con el cordero, no me llamó la atención y la dejé pasar. Empecé a preocuparme, cuando ví a otra con un ternero. Ahí nomás apuré el tranco pa’ regresa al rancho, no vaya ser que estos bichos me dejen sin ganau,
Como la giniebra estaba haciendo estragos en mi cuerpo, me enredé en las bombachas y me juí al suelo, cayendo sentau en una vizcachera. Metí la mano pa’ ver si manoteaba un peludo, cacé una cola y la arrastré pa’ juera. Era un gato montés, que se había refujiau por mis gritos a las águilas, que me arañó la geta y terminé revoliándolo por los aires.
Cuando llegué al rancho, la patrona me gritó: “Otra vez con las minas ‘el boliche, mal nacìo”. Yo traté de explicarle que las águilas nos estaban robando el ganau, pero ella siguió reprochando, con las mocitas ‘el boliche. Desde ese día, no me preocupo más por el robo ‘e hacienda que me hacen las águilas, total, nunca habrá forma pa’ conformar las mujeres.
LAZARO
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