Me
quedé contemplando el vuelo del águila, que pasaba de norte a sur. Cuando a lo
lejos divisé un jinete, intentando adivinar quien sería. Me acerqué lo más que
pude y distinguí que eran dos personas. Cuando estaban a veinte metros, descubrí
que era el Toto. El gaucho
de más fina estampa del pueblo, con
bucles dorados y ojos verde agua, que traía en ancas a mi china ,la Rosa
Elvira.
Considerando
que era una afrenta, saqué el facón y le
grité: “si sos tan macho bajáte y lavá tu culpa, el Toto se me acercó con las
manos en alto diciendo:”hermano, ¿por qué pensás que quiero ofenderte”?,yo sólo
traté de colaborar... Tu mujer al salir
de la iglesia me dijo que la ayudara, porque estaba descentrada la rueda‘el
sulky. A mí me pareció mejor acercarla a
las casas. Para que fueras al pueblo a
ver como se solucionaba el problema; no tenía herramientas a mano. Para mí sos
mi hermano del alma, desde que fuimos juntos
al colegio , ¿cómo podés creer que te agraviaría d’ esa forma?
Quedé
muy conforme con la explicación. Y
dejé pasar muchos meses sin
hablar del tema.
Al
nacer nuestro cuarto chico, comenzó a bullir en mi interior una angustia
irrefrenable. Sobre todo cuando veía las atenciones desmedidas que tenía la
Rosa Elvira con el nene, contemplando con ternura sus rubios cabellos y ojitos
claros. Fue entonces cuando comencé a
martirizarme con lo de su ida a la iglesia y la rueda descentrada.
Hoy todos los rosarios se
rezan en la galería de casa... y al
sulky, solo lo uso YoLAZARO