GEORGE GERSHWING, UN AMERICANO EN PARIS cuadro de Miguel Covarrubias
La Amiga De
Elena
de Luis Alberto Guiñazú
Conoció
a Andrés en el baile donde fue acompañando a su amiga Elena.
Él la
invitó a salir. Ella acudió a la cita a escondidas de su familia convencida por
Elena, que para la ocasión le prestó un vestido.
Andrés
era el primer chico que le atraía, algo mayor, simpático, aunque feúcho, la
hacía reír con sus ocurrencias.
En
esa primera cita, él le puso el brazo sobre sus hombros y deslizó la punta de
sus dedos debajo de la blusa. Ella no supo cómo reaccionar, ni remotamente su
abuela con la que vivía, le había hablado al respecto.
Pasada
la sorpresa, aunque le gustó el cosquilleo de ese subrepticio contacto, se
sintió invadida, humillada, y la cachetada restalló, pero sin
convicción.
En
los siguientes días, Andrés pasó repetidas veces por enfrente de su casa. Aunque
ella no tenía conciencia del porqué se escondía para no ser
vista.
Al
fin, la persistencia tuvo su fruto. Se encontraron en el
almacén.
Tras
los pedidos de disculpas, Andrés insistió en volver a verla. La joven accedió:
sería en el baile a donde acompañaría a su amiga Elena.
Andrés
se apersonó apenas llegaron y desde ese momento bailaron toda la
noche.
El
aliento a cigarrillo barato de él la inundaba en cada beso Se sobresaltó cuando
le introdujo la punta de su lengua entre sus labios.
La
presión del abrazo sobre su espalda la impelía a estrecharse, sintiendo contra
sí toda la exaltada masculinidad, que la llevó a un estremecimiento, a un
cosquilleo, a una desconocida y agradable humedad. Excitación que la arrastró a
la necesidad de estrecharse aún más a su acompañante.
Con
desgano abandonaron la pista cuando la orquesta anunció un
receso.
Elena
y su novio los esperaban en la mesa.
Los
muchachos las convidaron con fernet y coca. Uno de ellos repartió pastillas
-“Para no sentir el cansancio y el calor”-dijeron.
Elena y su amiga comenzaron a reírse como
locas ante cualquier pavada.
A la
amiga de Elena no le importó, que por debajo de la mesa, Andrés incursionara con
su mano entre sus piernas.
De
regreso al barrio marcharon por calles oscuras.
La
amiga de Elena iba mareada, con un persistente dolor de
cabeza.
De
pronto, apareció un grupo de muchachotes que se pelean; preventivamente se
alejaron desviándose de su camino habitual.
Detuvieron
su andar en una plaza oscura; se sentaron sobre el césped, entre los árboles que
volvían umbroso el lugar. Allí, cada pareja consumó sus
designios.
Con
casi quince años, por su delgadez y la poca vigilancia de la abuela, pudo
mantener en secreto el embarazo, hasta que estuvo muy próximo a su
culminación.
El
médico la llamó a un aparte, le informó que tenía Sida y por culpa de no haber
atendido el desarrollo de la gestación, el bebé también estaba infectado.
La
abuela rechazó horrorizada el hacerse cargo de ambos.
Hoy,
con su bebé a cuestas, incursiona por los ómnibus, dando estampitas a cambio de
unas monedas.