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BIENVENIDA A LOS LECTORES

En este blog encontraran los esfuerzos literarios de un grupo de amigos reunidos por su amor a la escritura que buscan difundir a todo el mundo los recovecos de su alma plasmados con la impronta dejada en estas letras

25/8/11

cuento: Caluroso día de invierno

Don Nicolás, cuadro de Antonio Berni
Caluroso día de invierno
de Luis Alberto Guiñazú
Http://pasequelecuento.blogspot.com
Estamos en invierno, pero el clima está loco y hasta diría loco de remate; a las tres de la tarde la temperatura ha llegado a los treinta y dos grados. Lo vi en la televisión.
¡Con razón! , no daba más. Me saco el pulóver, luego, cambio la camisa por una remera y la camiseta manga larga por una corta; por último, también me despojo de ella.
El calor es casi insoportable después de tantos días fríos; la chomba se me pega al cuerpo. Ni soñar con poder dormir la siesta a pesar de la modorra.
Me preparo un café  y me siento a escribir mis memorias en el rincón más fresco de la casa.
Estoy solo.
De improviso hace su aparición la primera mosca; la sigo con la mirada en su revoloteo; estoy demasiado amodorrado para levantarme a buscar el insecticida, que por otro lado no creo que a esta altura del año pueda encontrar.
La lapicer se me escapa de los dedos; gira sobre la mesa. Debe haber un desnivel  pues se aleja de mí, como si se negara a que siga escribiendo mis embustes.
Lo detiene una piedra.
Alguien la dejó allí sobre la mesa: es la con que calzan la ventana en los días de viento y evitar que se golpee.
Ahora que me fijo, debajo del pedrusco hay algo amarillento. Me pregunto qué puede ser.
Tengo pereza para levantarme de la silla, tanto para buscar el traidor lápiz, como para ver qué es eso.
Entrecierro los ojos; sorbo un trago de café.
De pronto vi, o creí ver que esa cosa amarillenta se movía. ¿Es que estaría viva?
Siento cierta inquietud, pienso que sin pararme, alargando el brazo y la mano con la punta de los dedos podría alcanzarlo. Pero, dudo, ¿Y si es en realidad algo vivo?, ¿no podría ser peligroso? ¿Para qué arriesgarme?
Si tuviera la lapicera, podría empujarlo, pero está más allá.
Termino el café.
¿Por qué no usar entonces la cucharilla?, luego, en todo caso la lavaría, y si fuera necesario utilizaría un poco de lavandina.
Toco primero el guijarro.
No se mueve; suavemente elevo sobre esa cosa la cucharillita y le doy un toque suave y espero.
Nada ¿se hará la muerta?
Le golpeo entonces con más fuerza.
Casi me caigo del asiento cuando la figura amarilla da un veloz salto en el aire y va a parar al suelo. Allí se confunde con los colores de la alfombra.
Por precaución levanto los pies; una sensación de hormigueo me recorre la espalda.
Concentro la mirada sobre todos y cada uno de los arabescos del tapiz.
Lo veo, se mueve de un lado para el otro, como quien se retuerce de dolor.
¡Mi oportunidad! Bajo con fuerza mi pie derecho y le doy un tremendo taconazo.
Me paro, puntillosamente levanto el pie y veo, no sin tener un estremecimiento, ¡que aún se mueve!  
Con coraje, resolución y valentía lo tomo con mis dedos.
¡Es el envoltorio de papel del caramelo que hacía un rato le regalé a mi nieta! Ésta lo había retorcido y arrollado, dejándolo sobre la mesa al lado del canto rodado que se usa para trabar la ventana los días de viento.
¡Ya me había dicho mi médico!,  que debía hacerme ver la catarata de mis ojos, que se me está sumando a la presbicia.
Cierro la ventana y uso la traba, pues la ligera brisa se está transformando en un viento fuerte; sin duda el tiempo está volviendo a cambiar.

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