paseo en Carlos Paz
Desde el globo, se veía la ciudad que gozábamos en el esplendor del verano. El paisaje se nos ofrecía majestuoso, con el lago en toda su extensión, enmarcado por las sierras. Hasta la torre del complejo El Pato, una de las estafas al banco de Córdoba mejor pergeñadas, me parecía imponente. Habíamos contratado el viaje con un matrimonio de jubilados, a los que se acopló una pulposa turista francesa, que subió para practicar con nosotros su castellano. Yo, que llevaba los prismáticos, comentaba con mis compañeros los distintos puntos que se podían observar
En determinado momento, la turista francesa se apoyó en la barquilla y al retirarse asustada, por sentir una astilla sobre el pecho, dejó enganchada la blusa. Su dotada anatomía era acariciada por la suave brisa que arrastraba el globo, mientras con desesperados ademanes trataba de cubrirse con un pañuelito que tenía en el cuello.
Al acercarme a la baranda para que no se sintiera molesta, dado al reducido espacio del lugar, me apoyé sobre el borde y la hebilla a presión de mi cinturón se aflojó. El vaquero de corderoy cayó arrastrando en su viaje hacia los tobillos. Los calzoncillos, que tenían flojo el elástico dejaron mis nalgas completamente a merced de la brisa en las alturas. La pareja de jubilados no podía creer el espectáculo del cual estaban participando y abrazándose desviaron su mirada a las estribaciones de las sierras grandes. El momento más trágico fue, cuando con los prismáticos en una mano procuraba levantarme los vaqueros con la otra.
El conductor del globo cerró el gas, e inmediatamente comenzamos a descender en la costanera de Carlos Paz. Luego se comunicó con los de la pista, para que nos fueran a buscar al puente.
Después que la turista francesa emitiera profundos suspiros guturales acomodándose la blusa, y yo pusiera mis prendas en el lugar debido, descendimos de la barquilla para dirigirnos a la camioneta que nos regresaría al hotel.
Los cuatro, compartimos la mesa del almuerzo. Con el ánimo más distendido, dirigiéndome a los jubilados, humildemente les pedí perdón por los momentos vividos causa del accidente . La señora, mirándome con ternura, me dijo: “Me pareció tan insólito, soy yo quien le debo pedir perdón, ya que no atiné a ayudarlo con los prismáticos en esos momentos tan difíciles”.
La turista francesa me miró extrañada, diciendo en perfecto castellano: “la verdad que debido al percance con la blusa, no me di cuenta de su problema con los prismáticos y levantando su copa, propuso un brindis por los maravillosos paisajes que habíamos contemplado.
LAZARO
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